Jefes, Líderes y Arquitectura
Soy un gran aficionado a las biografías de
personajes históricos, y especialmente a los vinculados con la historia de
Roma.
Llevo unos cuantos meses enganchado a la
trilogía de libros de Santiago Posteguillo basados en la figura de Publio
Cornelio Escipión, "El Africano", y su papel en las Batallas Púnicas entre Roma y
Cartago.
Roma y Cartago lucharon durante 118 años, entre el 264 a.C. y el 146 a.C., por hacerse con el control del Mediterráneo. El final de la Tercera Guerra Púnica marcó la hegemonía de la República de Roma sobre el Mediterráneo, siendo el punto de inflexión que provocó que el conocimiento del mundo antiguo mediterráneo pasara al mundo moderno a través de Europa y no de África.
Roma y Cartago lucharon durante 118 años, entre el 264 a.C. y el 146 a.C., por hacerse con el control del Mediterráneo. El final de la Tercera Guerra Púnica marcó la hegemonía de la República de Roma sobre el Mediterráneo, siendo el punto de inflexión que provocó que el conocimiento del mundo antiguo mediterráneo pasara al mundo moderno a través de Europa y no de África.
De las tres guerras púnicas me quedo con la
segunda, que tiene como protagonistas a dos personajes fascinantes, Aníbal Barca
y Publio Cornelio Escipión, más tarde apodado como “El Africano”.
Como la mayoría sabréis, Aníbal pasó a la
historia por poner en jaque a la ciudad de Roma después de conquistar Hispania
y atravesar los Pirineos y los Alpes con un ejército compuesto por 38.000 infantes, 8.000 caballeros y 37 elefantes de guerra.
Después de 16 años de luchas, y cuando Roma se
veía contra las cuerdas, apareció la figura de Escipión El Africano, que fue capaz
de reconquistar Hispania, expulsar a Aníbal de la Península Itálica, vencer a
su ejército en territorio africano y derrotar a Cartago.
El
Africano, con tan sólo 33 años (Aníbal tenía 45 años), fue capaz de derrotar al terrible general cartaginés en la batalla
de Zama, luchando contra unas tropas cartaginesas que contaban con 80 elefantes de guerra y
15.000 hombres más que el ejército romano.
Leónidas, Jenofonte, Alejandro Magno, Aníbal
Barca, Escipión El Africano, Julio César... Todas estas figuras tienen algo en
común que me atrae enormemente y es que eran auténticos líderes. Líderes a la
manera clásica, altamente instruidos, con profundos conocimientos de historia y
filosofía. Líderes que marchaban junto con sus tropas y que sufrían y luchaban
junto a ellas como uno más. Por eso eran respetados.
Esta figura clásica del líder se pierde más
adelante en la historia, en cuanto llegamos a la etapa de los emperadores y
reyes. Quizás el último gran líder es Julio César. A lo largo de la historia
hay otras grandes figuras como CarloMagno, Carlos I, el comandante Nelson o
Napoleón... Pero ya no se trata de esos líderes clásicos. ¿Por qué? Porque los
líderes clásicos se ganan el respeto de sus tropas a través de la cooperación, la
confianza, la comprensión y la inspiración.
El liderazgo ejercido por emperadores, reyes
y dictadores se basa en el poder. De ahí que cuando la República de Roma pasa a
ser un Imperio, la figura del líder clásico se extingue prácticamente.
Lo
que me interesa del líder clásico es esa capacidad para poder inspirar y motivar
a los demás a través de compartir unos ideales y trabajar con unos compañeros
en aras de un objetivo común.
Estoy cansado de hablar de la crisis, pero es
irremediable decir que uno de los grandes motivos de su aparición es la
ausencia de líderes en la actualidad. A los poderes corruptos no les interesa
lo más mínimo que aparezcan líderes capaces de mostrar empatía con el pueblo y
trabajar en equipo para conseguir un mundo mejor. No, a los que realmente
manejan el mundo (y estos no son los políticos, si no los que tienen el dinero)
les interesa poner al mando a personas necias e incapaces de inspirar.
Esta ausencia de líderes se ve a todos los
niveles: político, empresarial, religioso e incluso deportivo.
Seguramente que ya conozcan la imagen que
aparece a continuación, pero creo explica de una manera excelente la diferencia
entre ser un líder y ser un jefe.
Si lo pensamos con frialdad, cualquiera puede llegar a ser jefe, hay muchas maneras de llegar a serlo: Ser lo
suficientemente paciente en una empresa para que los años de experiencia y de
hacer la pelota hagan que uno vaya promocionado, heredar la empresa familiar, montarse
uno su propia empresa, … Con más o menos fortuna, uno puede llegar a ser un jefe,
pero ¿cómo hace uno para convertirse en un líder? Ay amigos, eso es mucho más
complicado.
Es mucho más complicado porque para ser un
líder no se puede engañar, ni ir por detrás, ni ser falso, ni ser ególatra. No,
no, para ser un auténtico líder hay que ganarse el respeto de los que trabajan
contigo, y eso sí que tiene mérito.
¿Cuántos líderes conocen en su empresa? ¿Tienen
la suerte de conocer a alguno?
En el mundo de la arquitectura he de decir
que hay muy pocos.
Después de haber trabajado en varios estudios
en tres países distintos, puedo decir que líderes he conocido a muy pocos. Y
esto es especialmente sangrante en un mundo como el de la arquitectura, en el
que se trabaja muchas horas y de una manera muy intensa. Y además en un trabajo
que la gran mayoría hemos elegido porque es nuestra pasión.
En la universidad, la mayoría de los
estudiantes que explicaban porqué estudiaban arquitectura, decían que porque
era su pasión. Algunos pocos eran para seguir la profesión de sus padres. Y
sólo uno recuerdo que me dijo que lo hacía para ganar dinero. (No sé qué será de
este último infeliz, pero sin duda que debe ser muy desdichado.)
A la largo de mi carrera de estudiante y de
profesional, he tenido la suerte de cruzarme con algunos de estos líderes.
Personas capaces de inspirar y tirar del grupo siendo uno más del mismo.
La figura del jefe debería ser algo obsoleto
en el siglo XXI. Las empresas modernas y punteras hace mucho que abolieron la
figura del típico director apartado del resto, en su propia oficina y
pretendiendo que la gente le respete a través del miedo. Todos los estudios
sobre el tema dicen que la eficiencia de los empleados cae en picado en estas
situaciones.
Sin embargo, parece que en la Arquitectura estos personajes se resisten a irse.
Me gustaría comparar a continuación las
reacciones de un jefe y de un líder en diferentes situaciones cotidianas de un
estudio de arquitectura:
Ante una nueva propuesta en un proyecto:
JEFE: La respuesta suele ser “No” con tan
sólo ver los planos y sin haber dejado hablar a la persona que presenta la idea, tanto
si la propuesta es interesante, como si no. No se razona la negativa. Como
mucho lo que se suele hacer es ridiculizar al que propone la idea, aportando
como elemento irrefutable la mayor experiencia del jefe. Si la propuesta es
buena, lo que suele pasar es que horas después el jefe exponga la misma idea al
resto del equipo, atribuyéndola a un magnífico golpe de inspiración.
LÍDER: Tanto si la propuesta es coherente,
como si no, el líder siempre escucha con atención y respeto antes de entrar a
valorar nada. Si la propuesta no es buena, el líder aporta para poder llegar a
un punto válido. Si la propuesta es buena, el líder ánima y también aporta para
mejorarla si es posible.
Ante un error:
JEFE: Busca el culpable, lo castiga y lo
reprende en público. Inspira temor para que la gente le respete.
LÍDER: Corrige, pero comprende. Castiga, pero
enseña: Sabe esperar.
Ante una entrega:
JEFE: Suele irse a las seis de la tarde,
sabiendo que el resto del equipo es probable que se quede esa noche sin dormir.
LÍDER: Se queda junto a su equipo lo que haya
que quedarse, como uno más. Animando, ayudando y motivando, para sacar el
máximo rendimiento y que todo el mundo pueda irse a su casa cuanto antes.
Ante un premio:
JEFE: El merecedor del premio es él, ya que él
es el jefe. Él es el que tiene las grandes ideas y los contactos. El resto del
equipo, todos son prescindibles.
LÍDER: Comparte el premio junto con su equipo
y es consciente de que es el resultado del trabajo colectivo.
Ante una persona que se despide:
JEFE: No le afecta lo más mínimo, ya que
todos son prescindibles menos él. Intenta aprovecharse de esta persona en lo
que le queda por estar. A pesar de los años trabajando juntos y del sacrificio,
se rompe todo contacto.
LÍDER: Lamenta todas las pérdidas, ya que
todos son elementos importantes del equipo. Agradece los años de servicio, las
noches sin dormir. Trabaja porque el cambio no sea traumático. Intenta mantener
el contacto, incluso después de haber dejado la oficina.
Estos son sólo algunos ejemplos de
diferencias entre un jefe y un líder. ¿Se sienten identificados con algunas de
estas escenas?
He de reconocer que yo me he encontrado con
bastante jefes a lo largo de mi carrera, y esto ha hecho que me esfuerce
enormemente por ser un líder cuando he tenido la oportunidad de serlo.
Esto no es fácil, ya que especialmente en las
situaciones de estrés es muy fácil perder la compostura y aplicarse el rol de
jefe, pero creo firmemente que debemos huir de esto último.
Lo más importante es mantener el respeto, ser
comunicativo y honesto.
Todos los expertos en recursos humanos
coinciden en que no hay nada más eficaz que un equipo que reconoce a su líder y
le sigue. Las derrotas duelen menos, las victorias se saborean más y, sobre
todo, las noches sin dormir se hacen más cortas.
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