Falsos héroes y Arquitectura
Hace un par de semanas recibí un mensaje en mi cuenta de
Twitter que fue una grata sorpresa:
“Hola, buenas noches! Hace mucho
cuando yo recién empezaba a estudiar arquitectura, leí su blog y me inspiro muchísimo
a seguir estudiando. Ahora ya salí de de la carrera, estudié y trabajé al mismo
tiempo en un despacho de mi ciudad. Ahora ya estoy como encargada, pero mi
sueño es irme de mi ciudad y trabajar con un arquitecto reconocido. Estas
semanas me siento perdida y me da miedo el irme y no conseguir mi sueño, que ser
una gran arquitecta. Me acordé de usted y quisiera algún consejo...”
Y digo que fue una grata sorpresa porque jamás pensé cuando empecé a escribir
Arquitectura Para el Público, hace casi cuatro años, que mis palabras ayudasen
a inspirar a alguien.
Los datos que da, en este caso Blogger, son siempre
fríos y no sé hasta qué punto son fiables. Es cierto que siempre suelo tener
alrededor de 2.000 visitas al mes en mi blog, pero nunca se sabe con certeza si
las visitas son casuales (típicas búsqueda por palabras clave en Google que te
llevan a diferentes páginas por azar), visitas a propósito de personas que siguen
de cuando en cuando el blog, o el ¨gran hermano¨ de Estados Unidos rastreando
la red en busca de terroristas. (digo esto último porque siempre me sorprende
que a pesar de que el contenido de mi blog sea 90% en español, la mayoría de
las visitas vengan de USA). Por lo general, siempre he tenido pocos comentarios en
el blog y quizás el único instrumento que me da algo más información para saber
si mis artículos son leídos y compartidos, es Twitter.
Es por eso que recibir un comentario de un lector que
lleva años siguiéndote y te pide consejo, te da una cierta sensación
reconfortante. No estás sólo. Tus palabras no se pierden en el ciberespacio, y
de hecho, tus palabras pueden ayudar y motivar a los demás. Muchos os preguntaréis qué
consejo di a esta persona. Bueno, diré que el consejo que di fue muy diferente
al que hubiese dado cuando empecé a escribir el blog hace cuatro años. Me explico:
Hasta muy recientemente,
siempre había pensando que cuando alguien te cuenta un problema, lo mejor que
puedes hacer es decirle a esa persona lo que debe hacer, basándote en tu infinita
experiencia. Así, te sientes bien por ayudar y también por ser una especia de héroe,
de erudito que sabe mucho, que puede ayudar a los demás a que mejoren sus vidas.¡Cuánto
sabe este chico, qué sabio es!
Poco a poco, a lo largo de
estos últimos años, me he ido dando cuenta de que este síndrome del “falso heroísmo”
está muy extendido en nuestra sociedad. Todo el mundo sabe dar consejos. Todo
el mundo puede opinar sobre todo. Las redes sociales y los blogs se convierten
en océanos de opinión gratuita, por lo general muy pragmática y con poco lugar
a las ambivalencias. O se es negro o blanco, pero los grises no existen. Ni que
decir ya de los colores magenta o cían.
Esto pasa a todos los
niveles, en cualquier ocasión. En las parejas, en las familias, con tus
compañeros de trabajo, con tus amigos, con tu cliente. Todos queremos ser más
entendidos que nadie. Yo, he de reconocer, era uno de ellos. Pero ahora
entiendo que la sociedad, la gente, las personas, no quieren héroes. No quieren
que les analices y les des tu opinión como si fueran borregos. La gente, las
personas, tú y yo, lo que queremos es ser escuchados.
Queremos ser escuchados
porque por lo general hay tanto ruido que no nos podemos escuchar a nosotros
mismos. O porque hemos estado tan sometidos a un ruido tan ensordecedor, de
tantos decibelios, que nos hemos vuelto casi sordos. Y entonces necesitamos
contarle a alguien lo que nos pasa, para poder escucharnos a nosotros mismos. Y
de repente, así, nos damos cuenta de los que nos pasa y somos capaces de encontrar
nosotros mismos una solución para nuestro problema. Porque nadie va ofrecerte
una solución mejor que la encuentres tú mismo. Porque nadie te conoce como tú.
Nadie sabe mejor lo que necesitas que tú mismo.
Cada persona es distinta,
cada situación es diferente y cada uno vive su vida como cree y como sabe. Auténticos
profetas ha habido muy pocos a lo largo de la historia, aunque si uno bucea por
las redes sociales, parece que vivimos en un mundo lleno de ellos. Craso error.
Quizá ahí radica el problema. Nadie escucha ya, todo el mundo quiere ser oído.
Todo el mundo quiere ser respetado. Todo el mundo quiere sentirse héroe.
Antes se medía el ego por
cuánto billetes se tenía en el banco, o por cuántos caballos tenía tu coche.
Ahora se mide también por cuántos seguidores tienes y cuántos de ellos te hacen
“like”. A mí me vale mucho más que
una sola persona en cuatro años me haya dicho que mis artículos le han ayudado,
le han inspirado.
Mi consejo para aquel
seguidor fue que siga su corazón, siga su instinto. Todos nos podemos
equivocar, pero sólo aprendemos del fracaso cuando la equivocación viene por
una elección propia. Si el fracaso viene dado por seguir el consejo de un
tercero, no sólo no aprenderemos, si no que nos frustraremos. Bueno, quizás aún
así aprendamos que el error estaba en hacer caso a un tercero.
No sé si la manera en que he
hecho yo las cosas sea la más ejemplar, pero sí puedo decir que siempre he sido
consecuente conmigo mismo. Sin medias tintas. Las cosas a la claras. Durante estos cuatro años
mis artículos han reflejado parte de mi vida, han sido una especie de terapia
que ha servido para poder escucharme a mí mismo de nuevo. Para conocerme un
poquito más. A veces para encontrar soluciones fáciles a frustraciones absurdas,
o para saber qué camino elegir ante una encrucijada.
Si mis palabras ayudan a
alguien más aparte de a mí mismo, bienvenido sea. He de confesarlo, me siento
un poquito héroe auténtico, de los de toda la vida. Un Batman de los de ¡POW! y ¡ZAS! Qué le vamos a hacer. Este artículo se lo dedico a aquella persona que me pidió consejo y dio más sentido aún a mis humildes palabras. Para que encuentre su camino.
Comentarios
Publicar un comentario